LOS ESCRITOS DE ALEJANDRO MACIEL

(FRAGMENTO DE LA NOVELA "CULPA DE LOS MUERTOS" próxima a editarse por ÍNSULA LIBROS, BARCELONA)
Cuando te pregunten ¿quién es el responsable de toda esta matanza?, diles muy quedo pero muy firme: “culpa de los muertos”. Ellos en su paz ya no se pueden defender y a ti te dejarán en paz con ellos. Ese es el catecismo del cementerio, hijo. No hay más preguntas.
Corrientes, Argentina de los fines de los 70. Un grupo de estudiantes de medicina buscan las respuestas que los cadáveres en disección no pueden darles en los libros de Proudhon, Marx, Hegel. Las sirenas de los patrulleros gimen a medianoche. Un cura se suicida en la Catedral. Uno a uno van desapareciendo los estudiantes, capturados por la fuerza pública. Sobrevive Alex que desde el recuerdo de la pesadilla está narrando la historia de aquellos tiempos de sangre a un muchacho, hijo de diplomáticos que vino a la Argentina después del desastre. En el recuerdo se mezcla la historia con la vida, la muerte y la eutanasia, así como la vida entra en la historia.
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El rector de la Catedral se suicidó en noviembre del ’79 de un tiro en la boca, en la sacristía. Lo llevaron de urgencia al Hospital Escuela, pero no hubo caso, ya estaba muerto cuando llegó. El director del Hospital corría de un lado a otro recibiendo llamadas y tratando de esquivar a los periodistas que llegaban como hormigas pero al final no pudo evitar dar un comunicado y ¿sabés con qué salió? Que monseñor se accidentó limpiando un revólver. Un disparate de pies a cabeza. Es más difícil explicar qué hacía un cura con un revólver en la sacristía de la Catedral que decir simplemente “se suicidó, es un hombre como cualquier otro y la depresión no distingue sotanas de pantalones”. Pero no, el tipo era uno de esos abnegados jesucristianos que se creen en la obligación de mantener limpia la cara de la Iglesia pase lo que pase. ¿Te imaginás? Monseñor con una calibre 45 limpiando el cañón, pero como decía el arzobispo López con voz aflautada “para defender a Dios también hacen falta las armas”. Y yo pensaba mientras tanto: “es más fácil morir por Dios que vivir por Dios”. Pero ya estaba a la vista que el arzobispo y yo pensábamos distinto. ¿Por qué se mataría un cura, Ale? ¿Estás seguro? Monseñor Santana era un hombre enigmático, lleno de contradicciones. Alto, delgado, con el pelo entrecano cortado a lo militar, ojillos apenas abiertos, oblicuos; siempre vestía el hábito aunque por entonces los curas ya preferían salir a la calle con pantalones y camisas, pero Monseñor, jamás. Hablé con él varias veces, tenía un modo esquivo de mirar sin ver, siempre parecía estar atento a algo más allá de las palabras. Se movía con la lentitud de quienes miden cada paso. Nunca empezaba un diálogo, se limitaba a responder frases cortas, concisas. ¿Estás seguro Ale que se mató? Lo único seguro en esos tiempos era la “Doctrina de la Seguridad Nacional” que inventaron los milicos de la Junta para maquillar la cara del gobierno de facto. Hacíamos las prácticas en el Hospital Escuela, era inevitable enterarse que el cura entró suicidado. Y nadie entendía nada; ¿no era renegar de su fe y de su vida al mismo tiempo? Pero en Corrientes pasan esas cosas, los curas se vuelan los sesos, delatan a los fieles que les confiaron secretos en la confesión de los pecados para la confección de las listas de la muerte. Después la conciencia será que muerde y remuerde. Yo sé bien lo que es dejar una muerte inconclusa, ¡si me lo habrá enseñado mi hermana~feto~cadáver! A quien no me cansaba de arengarla: “tratá de fallecer mi amorcito, duele verte así, te quiero demasiado para soportar tu humillación en ese cuerpo desalmado” Y ella que no. Qué digo ella, si no sabía lo que hacía porque no era más que un títere de ese Dios al que levantamos catedrales. Eran tiempos de tiburones en el estanque argentino, Agop. Las aguas enrojecidas del río de sangre hirviente del séptimo círculo del Canto XII de la Commedia: el castigo a la violencia contra el prójimo. Ríos de odios como en los tiempos de Rosas cuando el disenso era traición y el pobre Genaro Berón de Astrada terminó degollado por las hordas federales del monstruo de Palermo. Todas las mañanas en mis oraciones le agradezco a Dios que no exista, Agop. Decían que el padre Santana traficaba datos, que había delatado a varios integrantes de sindicatos y gremios que después desaparecieron misteriosamente. En esos años la gente desaparecía en la Argentina. Vos viniste en….. 1992. Ya era otro país, la resaca de aquel dolor de cabeza. Pero en esos tiempos dejabas a una amiga en una esquina, ibas a buscarla de nuevo y había desaparecido. En la casa no estaba, en la facultad tampoco, en… ningún sitio. Esa subversiva, delincuente y marxista-leninista tuvo que ser borrada del mapa. Años antes volaban los milicos como esquirlas porque el Ejército Revolucionario del Pueblo puso una bomba bajo la cama del general fulano. Unitarios y Federales dividiéndose la carroña de un cuerpo gangrenado de país dejado en manos de adolescentes. ¿Cómo llegaron a eso? Te explico si puedo; en tiempos del feudalismo la cosa estaba clara aquí en Latinoamérica: los señores latifundistas tenían los títulos de propiedad y los demás jugaban a sobrevivir. ¿Feudalismo?, que eso fue en la Edad Media. Para ustedes, Agop. España nos mandó la Edad Media de Felipe IIº con su melancolía católica y su Santo Oficio. Pero vamos más adelante, hasta 1930 en Paraguay y parte de Argentina existía esclavitud en los yerbales, en la Patagonia y los quebrachales del norte. En Corrientes tuvimos un príncipe elector que se llamó Juan Ramón Vidal y gobernó hasta cansarse, fue legislador nacional y digitaba los sucesores en el gobierno de la provincia, se murió con el dedo parado señalando a un delfín politiquero como él. Esos caudilletes enfermaron la paz pública, Agop. Ya te dije que “paz” no es sólo ausencia de guerra. ¡Y ahora tienen monumentos en las plazas! La democracia es un cartón para desfiles, el feudalismo seguía manteniendo la tierra hasta que nació la burguesía con la inmigración. Te imaginás que los europeos y los turcos, por brutos que fueran los que inmigraban, no iban a recular diez siglos. Todo esto me explicó Juanca y no sé de dónde sacó tantos datos pero todo encajaba más claro que las doctrinas del catecismo. Los gringos empezaron la compraventa y las primeras industrias; acumulaban las ganancias los hijos de perra porque al no ser patricios les importaba tres carajos las apariencias y en vez de comprarse mansiones juntaban metálico. ¿Y cuál es el principal de los tres pilares de la riqueza de las naciones según el pope Adam Smith? El ahorro, que va formando el capital. El otro es el trabajo, y a los gringos no les asustaban las azadas ni los tractores. Le daban de sol a sol. Faltaba el tercer pilar que es la propiedad, pero te imaginarás que los señores feudales necesitaban mantener la imagen y el trabajo no era su fuerte. Terminaron vendiendo las tierras que había parcelado Jehová a los advenedizos que se fueron apropiando de los títulos y con las cuentas en los bancos, ¿quién no podía comprarse un cargo en el Senado que nunca estuvo sanado para proteger la hacienda? Mientras crecía la producción amentaban los obreros pero ahora el panal tenía nuevos dueños. Cada vez se abría más el abismo entre los amos y los esclavos hasta que vino Irigoyen que terminó caduco para cederle el liderazgo a Perón. Estamos enfermos de caudillismo porque nunca entendimos que primero deben gobernar las leyes y después los hombres, Agop. El gran reconciliador Juan Domingo Perón empezó bien, se ganó a las clases necesitadas y quiso usarlas como fuerza de choque para instalar un autoritarismo criollo con mezcla de nazismo, toques de asistencialismo a los más necesitados, repartija de prebendas y algunas leyes de tono socialista, o sea, la Biblia y el calefón en el living-room. Terminó con todo el circo de la persecución, el exilio, Puerta de Hierro, la bataclana y el brujo postergado. Desde España el líder exiliado llamaba a los de centro, a los de izquierda, a los de derecha, a los de arriba y los de abajo; todos en la misma bolsa. Uno se pregunta ¿qué quería Juan Domingo rejuntando tantas fuerzas? Creo que desde don Juan Manuel nadie concentró tanto poder con tan pocas ideas. La política es el arte de organizar los odios entre clanes y para eso estaba La Santísima Trinidad de Juan, Estela y José aterrizando en Ezeiza para salvar al país en 1973. De allí en más, como el tango “cuesta abajo en la rodada” no paramos de caer, siempre parece que tocamos fondo pero no, descubrimos que se puede llegar más bajo, y más después de todo el espacio es infinito. En el ’76 los caballeros de las botas y las espadas le dieron el último empujón a la Presidenta-sirvienta y se instaló el Terror de Robespierre. Dos bandos se masacraban unos a otros, los del ERP y los milicos con la mayoría de la gente en el medio como rehén de la violencia descontrolada.
La guerra es la ciencia de la destrucción.
by alejandro maciel, 2005.
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