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alejandromaciel

LA PASIÓN SEGUN SAN ATEO

LA PASIÓN  SEGUN  SAN  ATEO TRES  TRISTES  TRAVESTIS.   En la escalinata del “Hotel Neill” mariposean sombras andróginas desde el crepúsculo. Cuando la Dueña -un viejo marica amojamado, de palidez raquítica y voz de institutriz- se apresta toda neurótica ovillándose los cabellos, la calle Tacuary es un río de barullos, motores, hollín y cláxones. Presagia el ajetreo de las mil y una noches trucidadas una por una con las aspas del desvencijado ventilador de techo del líving-room, que en su traqueteo rebana rodajas de luz y de sombras.Amarilla, la trompa del taxi se comide aparcando junto al cordón de la vereda, ronronea, tufa, tose carbón; deja colar las voces de las pasajeras que discuten la tarifa del viaje. Se abren las puertas con un clac-clac cuando la Dueña -nerviosísima- junta las manos en una súplica teatral como de santa jesuítica, parada en el vano de la puerta. -¡Ya vienen, ya vienen las canallas! -dice, abriendo desmesuradamente los ojos como quien ve en sueños su propia defunción.  

                           COITUS     INTERRUPTUS  UNO

 Turio: A ver, autor. ¿Qué significa esta función de varieté dentro de mi historia?Alejandro: Su historia es el texto del contexto.Turio: No me vengas con esa jeringoza semiótica de secundario. A mí, no. Sin mí, no hay novelita ¿sabés?Alejandro: Quiero decir que antes que hablar de usted están hablando los demás con usted. Supongamos que Turio es el nudo, pero la madeja tiene atrapada más gente. No pretendo escribir su biografía.Turio: ¿Y qué tienen que ver estos travestis en mi vida?Alejandro: No me obligue a recordarle que usted visitaba cierto local lleno de locas.Turio: ¿Ahora somos moralistas también?Alejandro: No. Cuando abrimos un cadáver nos olvidamos del mal. Buscamos la enfermedad como algo natural, que está a la vista. ¿En la autopsia se descubrió un cáncer? Podemos ser fatalistas y decir que el tumor mató al pobre hombre. O podemos verlo como una carrera entre los tejidos normales y el tejido tumoral. Ganó el cáncer 1 a 0. Eso es todo.

Turio: Seguí con tu historia, loco.

SIGUE LA HISTORIA, Y LA HISTERIA...  Toda cubierta, sepulta entre cajas cilíndricas, entreverada al ras de telas que sisean y cuelgan, desembarca la Capona rezongando.-¡La mierda que sale un ojo de la cara viajar en esta porquería! -putea a diestra y siniestra con un gorjeo chillón y acelerado. El taxista mira lejos, como a otro planeta; cuando aspira el humo de su Camel, sube la papada rechoncha, traga saliva, tuerce un poco los mostachos sin decir nada -y para colmo, señor, me hiciste saltar todo el camino que tengo las tetas por mi cogote.-La calle está destrozada -interviene  Déborah, que oficia de maquilladora y continúa arrellanada en el asiento delantero gesticulando mientras escarba en su monedero buscando cien guaraníes.-¡Hay, chicas, se hace tarde! -se desespera  la Dueña, toda contrita y manoteando un aleteo  como de albatros con el que apura. Compele. Apresura. Urge. Hace una venia asomando los ojos bajo la mano izquierda para ver mejor. Cuchichea algo para sí misma.Hecha una tromba, agitadísima y al mismo tiempo oronda, portando una cabeza de telgopor -alto el cuello, modigliniano- que orna una peluca toda bucles y viboreos dorados, desciende del automóvil la Coiffure. Cuando apoya el primer pie en la vereda ya se sabe que su taco alfiler punza el cemento.Tras los portazos que sacuden el Peugeot -impávido, el taxista sigue fumando- bajan a cual más majestuosa y regia las tres manolas / las que se van al quilombo / las tres y las cuatro solas’  a las que recibe la Dueña en el rellano, acusando con el índice su reloj pulsera y agitando la otra mano, como quien se quema sin querer.                                     

                                          Mise   en   scène

  Todos los viernes el mismo rito: ya suben los peldaños primero la Capona, después la Cosmetóloga y por último la Coiffure, bicéfala. Acuden a un pesebre donde no un Dios será hombre sino un hombre será mujer, madre de todos los dioses. Son tres reinas magas venidas del oriente de los bajos siguiendo la luz de una estrella ilusoria, de neón, trayendo la pericia y el ajuar para la Transformación. Adentro, nervioso, bebiendo un té de boldo, aguarda hecho un ovillo el profesor Octavio frente a un espejo dorado que enmarca una corona de lámparas de 40 w.El Asistente de la dueña va y viene convidando un Tranquinal 2 (que no se le niega a nadie), caldo de gallina tibio en su cazuela de barro, vermouth a sorbos y alguna que otra golosina para acortar la espera de las azafatas. -¡Ya era hora, manga de tilingas! -reconviene el profesor Octavio cuando las ve llegar.-¡No sabés lo que era el tráfico! -se defiende la Estilista posando su cabeza portátil y empelucada en una consola donde la Dueña apronta el arsenal para el vituperio de las formas.

-¿Empezamos el montaje? -inquiere, toda asustada.

  Primero despojan la indumentaria del docente: la camisa blanca, la corbata azul, los pantalones de línea italiana, las medias, los mocasines, el anatómico blanco. Prestas, solícitas, empiezan la conversión. Con la pinza digital -índice y pulgar- la Cosmetóloga ata un nudo gordiano que ahorca el glande del Profesor. Aplasta los testículos entre las piernas contra el perineo, jala del pene que agarrota una piola y lo cruza por el puente de las nalgas; ata el extremo del pájaro fláccido a un cinturón de Hipólita que la Estilista ciñó silbando polkas mientras la Capona, disimulando, peinaba una  falda de seda. -Ya está -avisa la Experta- escondida el arma que delata; esto  quedó más liso que una concha de verdad. ¿Quién se podría montar con un falo malo, duro como un palo?De una bolsa de hule tironean cinco medias bucaneras de nylon. Le enfundan las piernas depiladas al Profesor. Le enciman una tanga que en el orillo  lleva pespunteado un hilván de encajes negros. Con un refajo elastizado marca “Sehorinha” le hunden una cintura. La Estilista -toda neurótica, mordiéndose las uñas- rellena un par de soutiens con trapos. Con hilachas. Con torzales y estopa completa la teta. De una alacena hindú taraceada -tigres beben al lado de palomas en un oasis  de palmeras- hurgan potiches. Destapan, a cual más alborotada, los cachivaches. Con un emplasto pálido le untan la cara que blanquean íntegra borrando las cejas para volver a trazarla con un fino lápiz florentino, una pulgada más arriba y onduladas, a lo  Marlene Dietrich. Dibujan labios carnosos con un delineador color ladrillo y los  rellenan a base de  rouge que rutila como un frasco de cerezas. La Embellecedora, luego de rascar en su cartera,  poniendo los brazos en jarra indaga:-¿Ya estuviste tocando otra vez mi neceser, maldita negra? -mirando fijamente a la Coiffure- después una se vuelve loca buscando las pinzas de cejas, los invisibles, y las limas que me trajo el chino de Jon-Con. FRAGMENTO DE LA INTRODUCCIÓN DE "LA PASIÓN SEGUN SAN ATEO" novela de Alejandro Maciel sobre las perversiones sexuales.

 

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