Blogia
alejandromaciel

¿QUÉ ES LA ETERNIDAD?

 

¿QUÉ ES LA ETERNIDAD?

Como ya lo advirtió el genial Borges en "Historia de la eternidad" para rastrear qué es la eternidad hay que remontarse a los griegos que si no fundaron la civilización, la dotaron de un pensamiento sistemático basado en la lógica que nos demanda la razón.

¿Qué significa la frase tan manida: "en el principio de los tiempos Dios creó...."? No hay Biblia, breviario o misal que no la reitere con una convicción indigna. ¿Alguna vez nos detuvimos a analizar seriamente lo que acabamos de leer en sinagogas, mezquitas y basílicas? La frasecita nos está diciendo que el tiempo tuvo principio, ¿y antes, qué? ¿No había tiempo? ¿No había un antes de..? ¿Con qué se inauguró el primer almanaque? ¿Antes de qué? Creo que en ése "qué" radica la respuesta y el problema.

Ya sabemos que llamar "problema" a una cuestión es anunciarle un solemne discurso para justificarlo; si ustedes me permiten yo cambiaría eso y les diría: ¿qué les parece si tratamos de ver qué es ese qué? Ya les comenté que un aracnoidoma me usurpó ¼ de cerebro y aunque histológicamente benigno, resultó ser maliciosamente moral. Cuenten con un hombre lisiado mentalmente frente a un teclado y ya sabrán a qué atenerse. Pedí ayuda a mis amistades para censar la opinión que tiene la gente acerca de la eternidad. Amanda identificó la eternidad con la conciencia de sí mismo: "en tanto tenga conciencia, uno es eterno" sentenció. Carolina recurrió al argumento circular quizás porque el embarazo la volvió platónica. Pilar Romano opina que la idea es como un filo de navaja que está entre lo sagrado y lo profano, entre lo ilusorio y lo real y que caminarlo puede cortar en dos al intrépido que se atreviere. "La siento como una sombra blanca bajo la cual todo se vuelve ilegible", escribió supongo que tratando de decir que no se puede describir con palabras, que es inefable. Disiento. Creo que todo se puede decir con palabras porque la capilla de Wittgenstein me dijo que "los límites del lenguaje son los límites de la realidad" y lo que está fuera de la realidad pertenece a la ficción y todos sabemos que la mejor ficción se hace con palabras. Volvió a la carga Amanda como era de esperar y declaró como en un parte policial: "no hay felicidad en la eternidad, se necesita saber que todo sentimiento es efímero para vivirlo en plenitud; aunque los enamorados/as necesiten creer que su amor durará eternamente  es un engaño más porque de antemano presienten que ninguna emoción dura el tiempo suficiente para ser eterna ni siquiera a la pequeña escala del mapa humano" Asegura que si tuviésemos conciencia real de la eternidad y la aceptáramos, enloqueceríamos al instante. Me jura que fraudulentamente jugamos a la eternidad como hacen los niños con sus rondas o los indígenas pidiendo lluvias "la eternidad no es más cierto que todo eso". Según Amanda, la felicidad necesita un marco de tiempo para existir y que si la enviásemos a la eternidad se disolvería de inmediato. José Vicente se queja porque "el tiempo pasa muy deprisa y si la eternidad nos espera, sería mejor que no se apurara tanto".

"En el principio de los tiempos" alude a un día cero y éste, a su vez a un antes, una víspera. Pero la víspera es tiempo y antes del principio se supone que no había tiempo, ¿y qué había en su lugar? ¿Nada? ¿Dios? ¿Vacío? Las mitologías antiguas (desde la súmera a la griega) consienten la existencia de un antes en forma de caos; algo lleno de desorden como mi dormitorio que un buen día mi tía Valentina viene a ordenar. Pero mi tía Valentina no funda mi habitación, funde la confusión imponiendo un orden: que mis camisas estén en el placard y no bajo la cama, colgadas de la puerta o sobre el equipo de sonido. Pero un segundo antes de entrar en mi habitación las cosas ya estaban allí en un estado de confusa alegoría y la acción de mi tía les devuelve su identidad al ubicar cada una según su función. Una camisa ya limpia y planchada en el placard sirve para vestir, bajo la cama oliendo a sudor no sirve más que para tildarme de puerco como hacen casi siempre quienes ven mi recámara. Pasemos por alto esta teoría del caos porque aunque es ingeniosa esquiva el problema del "qué" que buscamos. Ya sabemos que para los griegos algo llamado Todo precedía al Demiurgo ordenador que, llámesele Urano, Zeus, Cronos, Júpiter romano, no era más que un mayordomo del Todo a quien le debía autonomía. Es decir, hay "algo" anterior al dios ordenador así como hay algo en mi dormitorio antes de la entrada triunfal de mi tía. Como ya verán el atento lector, la ingente lectora, es casi imposible destrabar la mita entre eternidad y religión. Ni los griegos que inventaron la razón para relegar el pensamiento mágico al atrio del templo pudieron rehusar los mitos para explicar la eternidad. El Cristianismo recogerá las cenizas de toda la mitología de la Antigüedad buscando una nueva fórmula para explicar ese famoso "qué" detrás del cual andamos a tientas. Para el monoteísmo Dios no es un simple artífice que organiza el caos: el mundo depende de Él, no es sólo el primer motor inmóvil; también es la causa del motor, su combustible y su efecto. La Biblia también nos habla de la creación en dos confusos episodios del Génesis. Pero los Padres de la Iglesia tuvieron a bien separar la creación del mundo por un lado y el inicio del tiempo por el otro no habiendo por qué identificarlos ya que Dios, la luna, otros astros, la multitudinaria población de estrellas, la piedra pómez bien podrían preexistir al mundo sin escándalo para nadie. Olvidémonos del Demiurgo del "Timeo" platónico, que no es más que el regisseur de la puesta en escena de la creación.  Viene en mi ayuda el solícito padre  A. D. Sertillanges, O.P. (L`idée de création et ses retentissements en philosophie)[1] ¿Por qué resulta tan difícil pensar en un tiempo sin tiempo? Primero porque sin movimiento y sucesión no hay un antes, un ahora, un después. Si todo se mantuviese inmutable repentinamente, si los pétalos de la rosa siguieran estando en el mismo sitio en vez de caer indecorosamente pasados tres días, si los planetas cesaran de rotar y trasladarse, si un cuerpo muerto en vez de degradarse a carroña se mantuviese íntegro (es lo que persigue la momificación, de un modo imperfecto), si no se sucediesen sol y luna, estaciones y mecanismos newtonianos, ¿cabría seguir hablando de tiempo?

Suponiendo que colaborasen con nosotros los espirales de acero, las ruedas catalinas y las pilas bombardeando el cristal de cuarzo y en consecuencia la parálisis de relojes fuese general, ¿con qué mediríamos el tránsito de esto a aquello? ¿En qué fe fundaríamos los días y los meses? En este mecanismo atascado de forma tosca podemos intuir por un instante lo que podría ser la eternidad por la que imploramos en las exequias de cuanto amigo y familiar se nos adelantó. "Nosotros sólo conocemos el incesante cambiar de las cosas" predica el padre Sertillanges, repito, escribo, y recuerdo que Kant propuso como requisito[2] del formato de nuestro conocimiento su ubicación en el tiempo y en el espacio. "Es imposible, nos desafiaba Kant, lo recuerdo, imaginar algo sin referencias espaciales, igualmente no se puede pensar acontecimientos fuera de algún tiempo aunque éste sea indefinido" o mitológico como el de las religiones. El padre Sertillanges nos persuade diciéndonos que "únicamente conocemos entes creados, aunque fueren imaginarios". Supongamos la existencia de mi belleza, a pesar de ser visiblemente fantasma, alguien la pensó, equivocadamente. Hace falta realizar un gran esfuerzo para superar la forma habitual de pensar en base a lo conocido para tener alguna noción de la eternidad que es desconocida para todos. Decir "antes de todos los tiempos" resulta desatinado. No hay un "antes de todos los tiempos", o son todos y entonces estamos en la eternidad que no tiene  antes, o son algunos y entonces quedan otros que podrían ser previos o póstumos.

Huelga decirme que si está leyendo este párrafo detesta las matemáticas mi querida señora, mi lúdico amigo, pero a veces no queda otro modo de exorcizar dudas. Pensemos juntos: si el universo es finito hacia atrás, es decir si hurgando en su pasado podemos hallarle un nacimiento, hemos llegado al día cero como lo hiciera el sagaz arzobispo anglicano James Ussher, del Condado de Armagh quien en 1650, basándose en cálculos que involucraban desde las edades de los patriarcas y reyes de Israel hasta el éxodo de Egipto, llegó a esta conclusión: Dios creó el mundo al atardecer del domingo 23 de octubre del año 4004 A. de C aproximadamente a las 18 horas.

Sus Annales veteris testamenti, a prima mundi origine deducti fueron publicados para ser corregidos por John Lightfoot, otro irlandés que sin embargo sospechaba que algunos errores cometidos por monseñor corrieron la data. Lightfoot estimaba que la creación sucedió en el equinoccio de otoño del año 3.929 A. de C. Ya ven mis cautos lectores la utilidad que daban los irlandeses a las operaciones algebraicas en el siglo XVII. Aceptemos la edad del mundo firmada por el arzobispo. A los 4004 años habrá que agregarle los 2.007 que hace que enterramos a Jesús y nos queda la bonita edad de 6.011 años para el maravilloso universo si no olvidamos que en el relato del Génesis el Señor incluye "los astros, el cielo, la luz" elementos que no son exclusivos de nuestra madriguera. Aplicando el método de Zenón de Elea al curioso dato curial, podemos objetar a monseñor que es imposible que hayan transcurridos los 6.011 años ya que para llegar a sumarlos, antes deberían haber transcurrido 3.005,5 años que a su vez necesitarían de 1502,75. Pero antes, hubieron de pasar 715,3 años que sin embargo no sucederían hasta que se haya consumado el paso de 375,6 que requieren de 187,8 previamente. No pasarán estos 187,8 si antes no han transcurrido 93,9 (ya resta sólo un siglo) que tardarían 46,9 previamente. Pero antes de arribar a este término deberían haber transcurrido 23,4 años y todos sabemos que antes necesitaríamos el paso de 11,7 aunque tampoco podremos verlos cumplidos si el pasado no se llevó antes 5,8 años. Para contar en un almanaque esta cifra, antes deberían haber pasado a ejercicio vencido 2,9 años que a su vez exige 1,46 antes de fecharse; pero este año,46 no finalizaría si antes no se agotó un 0,73 anual que anticipadamente debió haber gastado 0,36 de un año no sin antes dar por culminado 0,18 del año. Para gastar este 0,18 requeriríamos clausurar el 0,09 que lo precede y éste un 0,045... supongo que a estas alturas mis pacientes lectores ya habrán presentido que la sucesión es infinita como infinito es el término que suponemos para llegar al archifamoso día cero al que las operaciones algebraicas eluden sin tener en cuenta que desmienten descaradamente las penosas investigaciones de monseñor Ussher. Podemos no obstante recurrir a otros cálculos; por ejemplo, si tomásemos esta última cifra 0,045 que es la fracción de año en la que nos detuvimos (recuerden que la precesión podría continuar indefinidamente) al realizar los cálculos sabemos que se trata de 16 días, con 10 horas y 12 minutos. Pero antes de extinguirse en el pasado este tiempo necesitaría de 8 días con 5 horas y 6 minutos, que no podrán prescribir si antes no acabaron 4 días con 2 horas y 33 minutos. Antes, ya que retrocedemos, solicitaríamos computar 2 días con 1 hora y 16 minutos y 30 segundos.



[1] París, Editions Montaigne, 1945.

[2] En la teoría del conocimiento, esto sería relativismo antropomórfico.

0 comentarios