La eternidad, según John Milton.

LA ETERNIDAD EFÍMERA
DEL ÁNGEL RENEGADO
(Sobre una lectura de John Milton)
Pensemos en la Inglaterra de Cromwell donde pierde la vista un hombre a los 44 años de edad creyendo con la sinceridad de un puritano practicante que las tinieblas son el precio de una vida disipada en los placeres terrenales como escribir literatura que es hacer belleza y eso está destinado exclusivamente a Dios. La arrogancia del poeta que quiere instalar la luz en la oscura conciencia humana se castiga con la oscuridad perpetua en la tierra. La lectura de Virgilio y Horacio serán desde entonces las teas que guiarán la turbidez del sendero perdido y recuperado de la poesía como sus “Paraísos”.La égloga pagana es transcripta en tono sagrado y bucólico convirtiéndose al puritanismo del hombre ciego que dicta palabras a su hija a la luz de una alcuza en la doble noche que lo envuelve. Antes de la ceguera que lo atacó por 1950 había redactado demandas, oficios y documentos diplomáticos como Secretario del Consejo de Estado. En 1660 la Restauración lo envía a prisión y ordena la quema de sus escritos. Podemos imaginar la decepción, el amargo sabor de la injusticia, el desencanto del puritano que había entregado todo a la política, que es nada. Hasta entonces había creído que su talento no debía desperdiciarse en fantasías literarias. Redactando una defensa de la Causa Anglicana descubrió su ceguera; en ese tenebroso mundo de vacío azul recuperó de la memoria los ecos de aquellos sonidos amados de la poesía y detrás de ese encanto decidió salvarse recuperando el pasado. La muerte de un amigo durante una travesía marina en el arisco Mar del Norte sirvió de acicate y en un doble homenaje a su maestro Virgilio cambió el nombre de Edgard King, su amigo fallecido, por el del pastor Lycidas de la égloga virgiliana tal vez pensando que el homenaje no necesita nombres propios ya que todos vamos a morir. Plugo a los dioses no tener que reiterarlo pero nuevamente advierto a quien está leyendo que soy un apéndice de un aracnoidoma. Nunca tuve la menor capacidad de aprender lenguas y he fracasado tanto con el inglés como con el valón y el chino mandarín. Pero esta discapacidad no ha sido obstáculo para tratar de reconstruir en estos tiempos de la deconstrucción la elegía de Milton. Recurrí a tres traducciones en español y una en italiano. Con temeraria tenacidad emprendo esta descarada tarea de presentarles mi versión libre de prejuicios:
LYCIDAS
Nuevamente oh, laureles, nuevamente,
turbio mirto, hiedra verdecida,
debo arrancar la fruta áspera y cruda
y, con mis manos duras,estrujar el follaje,
antes que el tiempole dé la madurez henchida.
Amarga es la ocasión, y dolorida
que me incita a quebrar vuestro verdor.
¡Ha muerto Lycidas, se hundió en el esplendor
Un hombre que un igual no deja en vida!
¿Quién dejaría de cantarle? Así como sus versos soberanos cantó con tal pasión
como su sombra que ahora flota
sobre el sepulcro acuoso.
En la profunda oscuridad de la ceguera John Milton se reencontró con la belleza de la que había huido durante toda su vida animado por la iconoclastia de la Reforma que veía en la estética un reflejo de la idolatría de Satanás cuyo mayor crimen había sido la soberbia de querer imitar a su Creador. Idolatría detestable a Lucero, intolerable a Calvino y herética para Ulrico Zwinglio.
En Milton luchan el puritano de Cromwell que intuye la profanación y el humanista pagano que no olvida la música de Virgilio, como Dante que la persigue hasta el trasmundo de la muerte. Extrae del tesoro de los clásicos la forma pero sabe que la exaltación mitológica y panteísta ha cambiado de religión y debe buscar entre los toscos símbolos judeocristianos el andamiaje que necesita para levantar la catedral de palabras. ¿Qué verbos, qué adjetivos, qué sintaxis le servirán de materia? La Versión Autorizada de la Biblia de 1611 oficia de diccionario y devocionario de inglés para Milton, Melville y Faulkner. En algún escrito, Milton llama a la ceguera “cárcel del alma”; no olvidemos por favor que Milton ha vivido la vejación del calabozo y entonces surge la comparación implícita: el cuerpo del ciego inundado de penumbras es para el espíritu (que siempre busca la luz) una carencia, como lo es la cárcel (privación de libertad) para el cuerpo. No queriendo inspirarse compasión a sí mismo, Milton, ciego, escribe una poesía a la ceguera. Nuevamente mi intromisión ha logrado “reconstruir” los versos usando ladrillos ajenos.
Cuando pienso que mi luz se ha terminado
Y que la noche viene antes del mediodía
Y que tengo escondida esta moneda mía,
Todo en mí está perdido aunque mi alma
A Dios se vuelva de rodillas, renegando
De culpas y rogando Su perdón.
Pregunté: “¿Qué tarea Él me envíaSi me niega luz?”
Paciencia, pacienteContestó:
“No precisa el Creador
Obsequios ni faenas. Quien mejor
Se ajusta a su yugo, más le sirve.
Tan inmenso es su plan que si al llamar
Miles y miles de obreros se apresuran
Igual le sirve quien tranquilo espera.
Pero, ¿qué tendrá que ver todo esto con la eternidad? No hay poeta que en algún trance no tropiece con el enigma del tiempo que transcurre o el imaginario fijo que lo intimide y Milton no podía quedar atrás. En la elegía a Lycidas después de festejar las bondades de la naturaleza, los campos, las flores, el moscardón y la solana tal como lo hiciera Rubén Darío en su “Responso a Verlaine” el poeta ciego advierte:
Mas, ay, oh indigno cambio, que eres pasado
Pasado eres y nunca has de retornar.
¡Por ti, Pastor, por ti las cuevas yermas,
De tomillo y de inquieta vid cubiertas,
Los árboles y el eco, por ti lamentarán!
Fatal como el gusano es a las rosas,
O la helada a las flores
Es al oído del pastor afligido,
¡Oh Lycidas, tu muerte dolorosa!
La Fama nos incita A vivir cada día, diligentes.
Más cuando creímos hallar la deseada
Recompensa divina como la luz gloriosa
La ciega Furia con tijera odiosa,
El hilo tenue corta de la vida.
Unos versos más adelante Milton propone un enigma; no he leído mucha crítica referida a Lycidas aunque debo suponer que será tan abundante que lo que mi ignorancia plantea como enigma miríadas de esfinges ya lo habrán resuelto ha tiempo. Recordemos que la elegía está dedicada a un amigo ahogado en el mar. Milton se refiere a un piloto del lago galileo que lleva dos pesadas llaves, una de oro, que abre y otra de hierro, que cierra inexorablemente. Tienta pensar que se refiere a Cristo pero dando un nuevo giro es mejor asociar esta imagen con Simón Pedro que era pescador del lago Tiberíades y a quien le fueron otorgadas las llaves del Reino de los Cielos: “Yo te daré las llaves del Reino, todo lo que abrieres en la tierra abierto será en los cielos, todo cuanto cerrares en la tierra, cerrado será en el cielo”. Las dos llaves servirían, para abrir a la bienaventuranza la dorada, para cerrar inexorablemente el mundo de la vida, la férrea, que es la que chirrió cuando Lycidas-Edward King se hundió en el seno del mar. Habrá advertido quien lee estos tristes escolios míos detrás de la maravillosa poesía de Milton (que aún travestida por mi torpeza consigue abrirse paso) que el poeta recurre a las Parcas (o Furias) y no hesita antes de usar el símbolo pagano porque la imagen de las tijeras fúnebres que indolentemente empuña una vieja macabra sobrepasa cualquier figura de la muerte del repertorio judeocristiano. Átropos es, para Milton, sinécdoque de la muerte, que es metonimia del aquietamiento de los días, los meses y los años que si mal no recordamos es la definición tortuosa de la eternidad: un reloj atascado para quien el tiempo ha dejado de tener tránsito. Un tiempo muerto.A Lycidas aún le queda el recuerdo que está en el pasado pero sirve de luminosa memoria en los versos del poeta que “fingiendo el consuelo, / juega con el frágil pensamiento / y mitiga el duelo”. A nosotros, pobres lectores, no nos queda nada. Milton ha disuelto la realidad del pasado al transformarlo en literatura. El presente se licua en nuestras manos. El futuro aún no ha llegado y quien sabe si llegará tal como están las cosas. ¿Qué nos queda enfrente? La eternidad que no es más que nada. Alejandro Maciel. 2007
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